El rescate de los libros dormidos
Aquel joven, que llevaba mucho tiempo dormido, se despertó repentinamente y se levantó de un brinco. Palpó todo su cuerpo para comprobar que estaba entero. Su corazón palpitaba a toda velocidad. Podía oler el peligro. Todo su mundo se estaba desmoronando como un papel cuando cae al agua.
A su alrededor todo era silencio. Parecía como si planeta entero se hubiera dormido. Pero ese olor amenazante le hacía permanecer en alerta.
– ¿qué está pasando? ¡Despertad amigos! – gritó.
No hubo respuesta. Juan comprendió que estaba solo.
– ¿Qué haré ahora? – pensó meditativo. – Necesito ayuda para rescatar a mis amigos.
Habían pasado tres meses de la nueva normalidad desde que Maura se incorporó a su lugar de trabajo, aunque lo cierto es que aquella situación era muy diferente a la vida de antes.
Antes la sala se llenaba de bullicio y alboroto cada tarde al terminar las clases. Muchos alumnos no esperaban ni a comerse el bocadillo para ir corriendo a la biblioteca a devolver los libros de préstamo y buscar otros nuevos que leerían por las noches antes de dormir.
Ahora todo era silencio, vacío, soledad. Los libros dormidos en sus anaqueles añoraban salir de paseo y viajar de casa en casa, sentir el tacto de unas manos que lo acariciaran y escuchar el susurro de un padre que leía con sus hijos.
De vez en cuando, la bibliotecaria los revisaba, le sanaba las heridas y los ubicaba en un otro sitio estableciendo un nuevo orden para hacerlos más visibles. Para ella los libros eran objetos llenos de vida, y le gustaba tenerlos siempre muy cerca, de la misma manera que deseamos estar siempre con un buen amigo.
Pero todos sus esfuerzos eran en vano porque nadie entraba en la biblioteca. Por el momento, a causa de la pandemia, su uso no estaba permitido.
Aquella mañana había algo diferente. Nada más entrar en la biblioteca percibió desorden y estantes vacíos que deberían estar llenos de libros. El olor a humedad que se percibía al entrar resultaba amenazante. Esto era especialmente peligroso para un material tan sensible. Maura sintió un escalofrío por dentro.
– ¡Peter, Alicia, Heidi!
Juan llamó a la portada de las casas de sus amigos, sin obtener respuesta. Así que decidió abrirla, pero algo se lo impedía. Parecía como pegada con pegamento.
– ¡Alicia, Peter, Heidi! – Volvió a gritar.
De pronto lo comprendió todo.
– Ya sé de qué es ese olor. Es humedad. Este lugar ha estado tanto tiempo cerrado que la humedad está destruyendo los libros.
A la mañana siguiente Juan pasó todo el tiempo observando cómo la bibliotecaria desempeñaba su trabajo. Libros por aquí, libros por allá, anotaciones en el ordenador y libros que salen de la biblioteca.
– Por favor, entrega estos libros de préstamo a las hermanas Marchena.- escuchó a Maura hablar con otra compañera.- Y estos dos para Daniel de 2º A.
La palabra “préstamo” quedó resonando en su mente como un eco: “Préstamo, préstamo, préstamo”.
– ¡Lo tengo! Si los libros salen de préstamo se curarán con el calor de las manos de los lectores y sus páginas se despegarán. ¡Enviaré libros prestados a todos los niños y niñas del colegio!
En los meses sucesivos decenas de libros salían y entraban cada semana de la biblioteca. Los libros iban acompañados de unas cartas firmadas por un tal PyP. P. que invitaba a los niños de todas las clases a disfrutar de la magia de la lectura.
Aquella acogedora y pequeña biblioteca de escuela volvió a recobrar la vida gracias a un personaje de cuento que ahora se hacía llamar PapelyPluma Pérez.