Memoria de una biblioteca escolar durante la pandemia

Durante este curso atípico en el que la biblioteca permaneció cerrada al público

un silencio sepulcral ensombrecía el ambiente.

Los libros parecían animales dormidos durante el largo periodo de hibernación.

El frío y la soledad se apropiaron de la estancia, otrora alegre y bulliciosa.

Apenas unos pocos libros eran solicitados en préstamo mediante el correo electrónico.

Tristeza es la palabra que mejor describía el sentimiento que emanaba de la biblioteca por aquellos días de pandemia y mascarilla.

Pero a principios de enero algo comenzó a cambiar.

Se oían ruidos extraños que estremecían a la bibliotecaria mientras catalogaba.

Un desorden inexplicable afloraba entre las estanterías.

Libros que desaparecían sin dejar rastro y que al cabo de unas semanas abarrotaban las cajas de la cuarentena.

Montones de préstamos no registrados…

¿Qué estaría pasando?

Yo diría que los libros no se conformaban con aquella soledad y se rebelaron contra tanto miedo, cansados de aquel exceso de baños de gel hidroalcohólico.

¿Acaso un libro puede contagiar algo malo? ¿Cómo podrían hacerlo? Los libros nos traen respuestas, nos iluminan con su conocimiento, nos hacen viajar con la imaginación, nos ayudan a vislumbrar otros mundos, a vivir otras vidas, nos invitan a soñar despiertos.

Siempre he pensado que los libros están llenos de magia. Y esa magia hizo que aquellos libros enfermos de soledad rompieran sus cadenas para llegar a las manos de unos niños y niñas que anhelaban recobrar la normalidad.

El caso es que a partir de enero los libros emprendieron el vuelo para buscar el cariño de los alumnos y alumnas de Primaria.

Un misterioso personaje enviaba libros a diestro y siniestro  acompañados de una carta que los invitaba a disfrutarar de su lectura.

¡Qué misterio! ¡qué intriga!

¿quién será ese personaje misterioso que firma sus cartas con las iniciales PyP. P.? 

¡Todos querían recibir libros!

Algunos crearon un club de detectives,  

buscaban pistas,

hacían preguntas a la bibliotecaria

y otros escribían cartas para ese nuevo amigo

que se había ganado el cariño de todo el mundo.

 

En abril, coincidiendo con el día del Libro,

nuestro amigo misterioso se hizo más visible

y comenzó a dejar notas escondidas por todos los rincones del colegio.

También pidió ayuda para encontrar un calcetín perdido.

Y pidió a los alumnos que realizaran dibujos de él tal y como se lo imaginaban.

Y finalmente nos reveló su nombre:

 

Papel y Pluma Pérez